domingo, 29 de mayo de 2011
SER HOMOSEXUAL ES VIVIRSE FRACTURADO
Por Xabier Lizarraga Cruchaga
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Ser homosexual es algo más que un asunto de carnes o de camas; es algo más que una modalidad del placer o un capricho del deseo, es una construcción no siempre consciente pero que se aferra a la consciencia, a un darnos cuenta que somos únicos y algo parecidos a los demás. La homosexualidad no es una cualidad que nos caracteriza como señal, estigma o marco de mayores o menores brillos, es un estar viviendo y es una perspectiva para ese vivir y para ver al mundo, para estar en él el tiempo que fuere, porque tampoco es un tatuaje volitivo e indeleble. Es por ello que, palabras como “homosexual”, “lesbiana”, “gay”, “transgénero”, “transexual” no son sólo eitquetas, implican puntos de mira, perspectivas que conllevan construcciones anímicas y sociales.
A cara descubierta o entre las sombras, cada uno de nosotos somos; enteros, fracturados o rotos:somos. Y no sólo somos un soma, somos un cuerpo construido y atravesado por las experiencias, un cuerpo con una biografía que se prolonga en el tiempo; somos un cuerpo en proceso que siente y va a la cama y desea y sueña y cae rendido y se levanta, que jadea, gime, susurra, grita, habla, opina, propone, tiembla, sufre, duda, miente, repite, improvisa, disfruta, suspira... Y la cama (o sus equivalentes), el placer (con sus numerosísimas formas) y el deseo (en sus infinitas modalidades) son meras realidades virtualizables y momentos fugaces en los que se construyen, procesan y desarrollan un sin número de características y no pocos fenómenos, que convierten al animal humano en un sujeto social, pero también en un sujeto de deseo… siempre en tránsito. Por eso es tan difícil llegar a precisar qué soy… qué somos; y resulta prácticamente imposible precisar si conformamos un porcentaje anónimo y disperso de una población, una comunidad con redes (fuertes o frágiles), sólo un colectivo a la sombra de una generalización que nos invisibiliza o apenas un breve y fugaz, ocasional contingente al que apenas se le escucha en ocasiones muy puntuales.
Muchas veces las etiquetas, los nombres y las definiciones son útiles como palancas y engranajes para empujarnos hacia una identidad y para seguir existiendo como colectivo, pero no todo se puede comprender a través de etiquetas, de metáforas y explicaciones mecanicistas. Y es que no todas las etiquetas tienen el mismo peso ni ocupan el mismo espacio en el organigrama axiomático del orden social, en el discurso político, en el texto médico o legal, en los libros de historia y el la elaboración de la curricula escolar; unas brillan, y mucho, no pocas pasan casi sin ser notadas y otras lastiman; estas últimas, por lo general, se omiten en la mayoría de los haceres sociales, pero no porque carezcan de importancia, sino porque aluden a algo que asusta porque desordena, porque rompen con los principios binomiales y ortodoxos que rigen las rígidas lógicas del orden social.
Es por ello que las etiquetas enorgullecen o avergüenzan, y muchas resultan ilegibles para muchos y otras veces sólo lo son en apariencia, al tiempo que con frecuencia se lleva sin que uno siquiera se dé cuenta; y todo porque no somos iguales... Por más que los discursos demagógicos y populistas lo canten a gritos, no somos iguales; ni siquiera somos iguales a nosotros mismos antes y después de levantarnos de la cama, de dar un beso o recibir un desplante; tampoco los gemelos univitelinos son plenamente iguales entre sí: cada uno carga experiencias y recuerdos personalísimos que producen ecos que retumban en cada momento de la vida, configurando una memoria no siempre confiable… pero incrustada en el ánimo y en el soy.
A diferencia de la heterosexualidad (o con más hiriente contundencia) la homosexualidad —así como la bisexualidad y la pluralidad trans— se descubre y encuentra a sí misma tras un largo y difícil proceso de preguntas, cuyas respuestas tienen que extraerse de las mismas entrañas de quien se las hace, limpiándolas de los miedos que provocan; por lo que todo ello supone un proceso lleno de polimórficos obstáculos que deriva en una realidad plural cargada de emociones y deseos, una realidad que se encuentra a sí misma en los espejos y en los silencios para, con no poco esfuerzo, construirse a contracorriente en la sociedad.
El homosexual se construye en los ires y venires de sus aprendizajes, de su imaginación, de sus fantasías, y se realiza en contraste con lo esperado, pero se construye en el terreno de las significaciones hegemónicas, procesando con dificultad las personales significaciones de todo lo que es y de lo que en cada momento siente. Y en ese territorio lleno de brumas pegajosas y de reglas muchas veces lacerantes, se da a la construcción de identidades diversas. Identidades no necesariamente fijas (pocas son fijas) y con frecuencia contrapuestas o cuando menos en disputa unas con otras; y de tales identidades impregnadas de los bienes y los males de las etiquetas, derivan las tomas de conciencia, y a través de procesamientos casi infinitos de angustias también casi infinitas, emergen trémulas ilusiones y fantasías de filigrana, sorteando experiencias y expectativas sociales y culturales que no pocas veces hieren… Todo ello mediado por afectos recíprocos y cómplices, por frustraciones amorosas, por los a veces tiernos y otras veces insolentes comentarios familiares, por lacerantes críticas sociales que unos y otros hacen de cada uno de nosotos.
Los homosexuales, por más que luchemos, que encontremos o ideemos alternativas, que riamos olvidando frustraciones y desvelos, no dejamos nunca de estar fracturados, partidos por la mitaden los espejos, en la cama, en los deseos y en los placeres; viviéndonos con frecuencia esclavos de los miedos y las estrategias lacerantes del fingimiento y el ocultamiento, otras veces más libres de actuar y sonreir, pero siempre extranjeros en la vida programada y coreografiada a partir de otras miradas que imprimen perspectivas asfixiantes. Siempre forasteros porque el orden social y las costumbres aprendidas nos excluyen y, en algunos casos, parece que sólo se nos otorga una visa temporal y condicionada, una visa que hay que renovar con frecuencia o por lo menos mostrar a cuanto vigilante de la ortodoxia nos encontremos en el camino. Y es que, aún ganando batallas afectivas, legales e incluso civiles, no dejamos de ser los bárbaros, los del otro lado… los de la acera de enfrente.
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[Fragmento de un texto presentado en la X Semana Cultural de la Diversidad Sexual, Pachuca, Hidalgo; que a su vez, es parte del libro Semánticas homosexuales. Reflexiones desde la Antropología del Comportamiento -en prensa